Wednesday, September 07, 2005

El regreso de la Craus


Estas vacaciones han sido bastante fructíferas en lo que a sueños se refiere, a pesar de no haber escrito nada. Pero es que, vacaciones, vacaciones son, qué carajo. El sueño que voy a contar hoy no es gran cosa, la verdad, pero es bastante curioso, no sólo por lo friki del argumento, sino también por lo surrealista de algunas situaciones, rayanas con lo absurdo, y, por qué no, hilarante. Y es que sólo una mente enferma como la mía podía soñar algo así.

LAS TRES PRUEBAS
Me encontraba preparándome para un torneo en el que debía afrontar varias pruebas. Se celebraba en una especie de circo romano, pero las gradas, en vez de ser de piedra, eran una especie de jardín, y la gente vestía con algo parecido a togas.Yo estaba muy nerviosa; no podía salir en ese estado. Tenía el cuello muy hinchado, como en un caso extremo de bocio, y estaba terriblemente avergonzada. Sin embargo, llegó mi abuela diciendo que eso apenas era nada, que no se notaba (a pesar de que en ese momento tenía el aspecto de un sapo), y que tenía que salir allí e intentar superar las pruebas. A medida que escuchaba sus palabras, la hinchazón fue bajando, hasta que me encontré absolutamente segura de mí misma y bajé.
La primera de las pruebas consistía en apropiarse de una lanza clavada en el suelo en mitad de la arena que tenía una bandera en lo alto. La prueba iba por parejas, y por cada pareja, sólo uno podía conseguirlo, mientras que el otro quedaba eliminado. Pero en dicha prueba estaba todo permitido. De hecho, todos iban armados menos yo, aunque eso no me preocupaba. Lo que realmente me preocupaba eran mis contrincantes, a cual más bestia. Pero hubo uno que me impresionó sobremanera. Se trataba de un enorme toro con armadura y armado hasta los dientes. Un toro, sí, o eso al menos me pareció en un principio. Me pareció que aquel era el contrincante más chungo que había allí, y eso que los había terribles, y quiso la mala suerte que me tocara de pareja en el sorteo.
Nosotros éramos los segundos, de modo que tuve tiempo de ponerme nerviosa, mientras observaba cómo el toro se iba transformando en un hombre enorme, así como tres veces yo. Y reconocí, según miraba su enorme yelmo cornudo, su armadura negra, aquel escudo que parecía una plaza de toros y un hacha con la hoja más grande que mi cabeza, que el tipo aquel me asustaba más así que cuando le había creído un toro.
Pero entonces me acordé de una cosa. Él tenía un hacha enorme, sí, pero yo era una hechicera (y yo que lo había olvidado, qué cosas), y dejó de darme miedo. Poseía las armas suficientes no sólo para vencerle, sino para humillarle y para ganar más puntos. Nada más salir a la arena, empecé a escuchar al público palabras nada animosas para mí. Y era cierto, el tipo aquel era una mala bestia y podía matarme sin duda. Pero yo le lancé un encantamiento y se quedó como atontado. Mi voz se elevó en un canto bellísimo; no decía palabras, sólo música. Sin embargo, en su mente resonaron claras mis órdenes: "Soy tu amiga, no me ataques". Inmediatamente, me llegó su respuesta: afecto e incondicional amistad.
Decidí, para ganarme al público, ordenarle que cogiera la bandera y, postrándose ante mí, me la entregara. Mis órdenes eran claras, pero él no se movía, estaba completamente paralizado. Repetí mi orden, y entonces vi sus ojos, y me llegó su respuesta: "No puedo, soy tu amigo". Entonces comprendí que no le podía pedir eso. A pesar de todo, debía ganar (en ese momento mi supervivencia, de repente, empezó a depender de ello). De modo que señalé a un lugar entre el público, y él giró la cabeza, momento que aproveché para coger la bandera y clavarla junto a mi.
Las primera prueba siguió desarrollándose, pero yo ya no tenía ganas de seguir después de haber traicionado de aquel modo a mi nuevo amigo, de modo que me escapé, y el sueño se vuelve un tanto nebuloso aquí hasta mi regreso al lugar por la noche. La arena ya no estaba, pero era el mismo lugar. Se celebraba una gran fiesta, a la que asistían centenares de enormes y ruidosos bárbaros. Había mesas y bancos interminables y un delicioso olor salía de un enorme edificio, que hacía las veces de cocina. Agazapada entre los arbustos, divisé otro pabellón, con rejas en las ventanas, de las que se escapaba la única luz que iluminaba las caras de los bárbaros. Ellos reían y cantaban con sus voces rudas, y yo estaba asustada mientras me dirigía a escondidas hacia el pabellón de la luz. Pero no me prestaron atención.
Entonces descubrí que habían encerrado en aquella gran habitación a un montón de gente: público, combatientes de la arena... Ellos me pidieron ayuda para escapar. El caso es que yo podía entrar y salir de allí, pero ellos no. Uno de los prisioneros era Julio César, y me contó que el motivo de la alegría de aquellos tipos era que estaban comiendo las patatas de la paz (adoro la gastronomía onírica, nunca deja de sorprenderme), y que en ese momento estaban tan contentos que no pelearían con nadie. Pero dentro de nada, comerían jabalí. Entonces se les pasaría el efecto de las patatas y entrarían allí a matarles.
Decidí hacer algo y me dirigí a la cocina. La última fuente de patatas de la paz salía en ese momento (algunas de las patatas cantaban, dios, qué trauma). Me las ingenié para coger la fuente y derramar su contenido en el vino y esperé los resultados. Al poco tiempo, dormían plácidamente y los prisioneros pudieron escapar.
De repente, una loca con una pistola empezó a perseguirnos. Unos pocos nos separamos del grupo mayor y me encontré subiendo por unas escaleras de madera dentro de una enorme casa antigua. Un poco más abajo, la loca de la pistola, seguía pegando tiros y persiguiéndonos. Entonces la escuché gritar: "Ya habéis superado la segunda prueba y queda la tercera". Inmediatamente, a lo largo de las paredes de las escaleras, descubrimos cuadros de los que estábamos allí presentes. Sobre cada uno de ellos había una vela encendida. La tía esta nos dijo que saldría con vida aquel que consiguiera apagar la vela de su cuadro y además escapara a sus diparos. Entonces nos volvimos como locos. Empezamos a soplar a diestro y siniestro, mientras escuchábamos los disparos cada vez más cerca. Yo apagué otros dos aparte del mío con las prisas y me escondí con Terrax (era uno de los que estaban allí, aunque no le había visto en el resto de las pruebas) en una habitación a oscuras. El resto de la gente siguió subiendo las escaleras y escuché como la loca los perseguía. Habíamos superado la prueba.
Sin embargo, Terrax se encontraba bajo el efecto de las patatas de la paz y empezó a cantar a voz en cuello, atrajendo a la loca de los tiros, que empezó a disparar a ciegas a través de la pared. Yo esquivaba a duras penas, mientras que él se ponía cada vez más contento y bailaba mientras esquivaba balas.
Sin embargo, se le debió acabar la munición, o tal vez se cansó, y pudimos salir. Y subí sóla por las escaleras hasta llegar a un ático que resultó ser la almena de un castillo. Era de noche. Avancé unos pasos, dispuesta a asomarme y disfrutar de la vista, cuando las sombras se convirtieron en mujeres armadas hasta los dientes (esa misma noche había visto Sin City, digo yo que algo tendrá que ver). Me asusté cuando avanzaron hacia mí, pero mis temores resultaron infundados. Una de ellas señaló el cielo estrellado y me dijo: "He ahí tu premio".
Heriss

1 Comments:

Blogger Terrax said...

Típico de mi atraer locas armadas con pistolas que se encasquillan con mi hermoso canto y mis estúpidos bailes. El caso es que empiezo a pensar que la tía se volvió loca de verme hacer eso. El caso es que no la culpo yo también me daría de tiros por lo mal que canto y bailo...
P.D.: ¡Peazo premio que te tocó cariño!

2:07 PM  

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