Friday, July 22, 2005

El negro plumaje de las pesadillas

Ayer hablé de que sólo había tenido tres pesadillas en mi vida. Creo que muy poca gente puede vanagloriarse de eso. Las dos primeras ocurrieron en mi infancia. La primera que tuve fue cuando aún estaba en la cuna (me acuerdo básicamente porque, por chorrada que parezca, estuve una buena temporada traumatizada por el tema). Resulta que mi padre se divertía asustándome al soplarme en la cara a través de un tubo negro de bucear, al que yo, lógicamente, acabé cogiendo miedo. El caso es que una noche soñé que no me había tapado del todo con las sábanas (esa especie de armadura blindada que protege a los niños por las noches) y ví cómo el tubo salía del cajón de los juguetes y se acercaba a mí amenazadoramente. Al final mi padre tuvo que tirarlo. De la segunda pesadilla sólo recuerdo que se había muerto mi madre.
Y no volví a tener pesadillas hasta este invierno. ¿Por qué? El caso es que mi mente reacciona de un modo curioso ante la perspectiva de una pesadilla. La mayoría de las veces salta un resorte en mi cabeza que me dice "estás soñando", y pasa a ser un sueño lúcido, modificable a voluntad, que transformo en aventura. El resto de las veces, el proceso es automático. ¿Por qué? Tal vez quiera protegerme. Si he de ser sincera, mi infancia no ha sido muy agradable que digamos, y la única parcela de mi existencia en que no recibía ataques era en el sueño. Quizás sea esa la razón.
Pero esta última pesadilla responde a mi más profundo temor, y la cosa que más temo en este mundo es el FUEGO. Y resulta que el incendio más pavoroso de los últimos tiempos en Madrid había sucedido ese fin de semana, a muy poca distancia de mi casa: el Edificio Windsor. Ante aquel bombardeo de miedo irracional no pude resistir.

ARDE LA TIERRA
Era de noche y yo estaba en la cama, durmiendo. De repente, me desperté desasosegada. Una extraña luz rojiza entraba por mi ventana. Desde el salón me llegó el sonido de la radio. El locutor, algo alterado, decía algo así: "... El mayor incendio jamás conocido en Madrid... Más de dos millones de viviendas ardiendo..." Corrí al salón para asomarme a la ventana.
Mi calle es paralela al Paseo de la Castellana, y todas las ventanas están orientadas en esa dirección, de modo que desde cualquier parte de la casa se pueden ver todas las torres, una al lado de la otra, en una larga hilera. Además, la ventana del salón queda justo enfrente de la Torre Picasso, a tan sólo quince o veinte minutos andando.
El caso es que yo me asomé y lo que vi me dejó helada. Todos los edificios a mi alrededor estaban en llamas, así como todas las torres de la Castellana. Pero lo que más me impresionó fue un altísimo muro de humo teñido de rosa por el fuego que ocupaba todo lo largo de la Castellana y tapaba la luz del amanecer. Y dicho muro avanzaba en mi dirección.
Después, una por una, las torres se fueron desmoronando ordenadamente. Cuando caía una, empujaba a la siguiente, como fichas de dominó puestas en hilera. Entonces desperté. Eran como las cinco de la mañana, y aún me quedaba una hora para levantarme para ir a currar... lunes. No pude volver a dormir.
Desde entonces he vuelto a tener problemas de insomnio para conciliar el sueño (me viene desde pequeña, pero últimamente se había aliviado la cosa), y muchas veces me despierto en mitad de la noche, creyendo que huele a humo. Es mi pequeño infierno particular, y también mi paraíso, el sueño, el momento de descanso y liberación, esas pocas horas en las que mi mente vuela, donde soy enteramente libre, y, sin embargo, soy consciente de que en esos momentos estoy tan indefensa...
Heriss

Thursday, July 21, 2005

Los cuervos también sueñan

Realmente est blog lo he creado por casualidad. Simplemente quería hacer un comentario en el blog de Terrax, mi media birra, y, como no deja hacer comentarios anóminos, me he tenido que crear uno. Daba la casualidad que de un tiempo a esta parte, tenía intención de hacer una compilación de aquellos sueños importantes que he tenido, así como aquellos venideros que tuvieran algún interés para mí. Empezaré por sueños atrasados, que espero mi memoria no haya trastocado de un modo irreversible, y me he propuesto ponerles títulos. He de decir que en mi vida sólo he tenido 3 pesadillas (y sólo 1 es digna de mención, pues las otras responden a temores infantiles de cuando era muy pequeña); el resto de mis sueños, aunque a muchos les podrían parecer pesadillas, a mí no me lo parecieron ni me lo parecen, simplemente son "aventuras".
Y, para inaugurar esto... empezaremos pisando fuerte: El Sueño más importante y maravilloso de mi vida. Sucedió hace como 1 ó 2 años. Sé que quería decirme algo...

HAY UN TESORO EN MI INTERIOR
Los sueños son extraños, incoherentes, llenos de misterios y de incongruencias... y allí estaba yo, desembarcando en América, en pleno inicio de la Edad Moderna, dispuesta, junto con la tripulación del barco en el que viajaba, a descubrir los tesoros que aquella tierra recién descubierta ocultaba tras las playas. No recuerdo exactamente la fecha ni con quién iba. Tal vez nunca lo supe. El caso es que era así. Lo mágico que tienen los sueños es que no te preguntás el porqué mientras te encuentras inmerso en ellos.
Era de día cuando pisé la estrecha franja de arena blanca que nos separaba de la selva. Nos abrimos paso entre la maraña verde, buscando un templo, que debía encontrarse al otro lado. De esta parte no recuerdo mucho, sólo que cuando salimos de ella era de noche y nos encontrábamos en un inmenso valle. Me quedé extasiada contemplando lo que me rodeaba. Al fondo del valle se distinguía la negra silueta de unas montañas, que se recortaban en el horizonte. Nuestro objetivo se encontraba detrás de ellas, pero para llegar allí había que atravesar el valle. Éste estaba cubierto de agua. Era un río poco profundo (cubría hasta los tobillos) y ocupaba todo el valle. Tal vez de día no hubiera parecido gran cosa, pero era una noche sin nubes, y en el cielo brillaban más estrellas de las que jamás había visto juntas, y, tanto la sombra de las montañas como la cúpula celeste se reflejaba en las aguas, que fluían tranquilamente entre las rocas del lecho.
Me quedé impresionada y fui incapaz de moverme durante un buen rato. Había estrellas sobre mi cabeza y bajo mis pies. El agua corría entre mis dedos (iba descalza) y emitía un debíl murmullo, como si cantara. Uno de mis compañeros me sacó de mi ensoñación y me dijo que debíamos darnos prisa, puesto que había que llegar al templo antes del amanecer, o el tesoro se perdería. Me puse en marcha, cuidando de no resbalar en las húmedas piedras.
Por los visto las montañas estaban más cerca de lo que parecía, porque en seguida llegamos. Atravesamos un desfiladero (a todo esto íbamos sin antorchas ni nada, sólo iluminados por las estrellas) y por fin llegamos a un portal excavado en la roca al pie de una de ellas. La puerta estaba entreabierta, y dejaba ver unas escaleras que descendían, iluminadas por una cálida luz dorada. Allí había una especie de monje: era el custodio del templo, que no era sino una inmensa biblioteca. Le seguí un breve tramo de escaleras, hasta que estas se bifurcaron. No recuerdo qué había a la izquierda, porque yo me metí en una sala llena de estanterías viejísimas a la derecha. En ellas amontonaban polvo cientos de volúmenes antiquísimos. Era una sala tan inmensa que no veía el final, oculto en las sombras. Tan sólo traspasé el dintel, pues el monje se volvió de repente y me mostró un cofre que contenía dos hojas de papel, una rosa y otra amarilla, y me dijo algo más o menos así:
- Aquí hay algo muy importante. Algo que te hará feliz en la vida.
Me entregó los papeles y los leí. Tan sólo eran dos frases, de muy pocas palabras cada una. Metí los documentos en el cofre y me dispuse a salir. Pero cuando fui a traspasar la puerta que salía del templo, el suelo empezó a temblar. Ví cómo caía arenilla del techo, como si el lugar fuera a derrumbarse, pero cada vez que trataba de traspasar la puerta, algo me lo impedía. Escuché voces, no sé si del monje, o de los compañeros, que había olvidado. Pero las voces eran claras: "Deja el cofre en el templo. Aún no es el momento".
Yo no quería dejarlo allí, era muy importante para mí, pero no me quedaba más remedio y así hice. La puerta se cerró tras de mí, y no volvió a abrirse.
Entonces desperté. No recuerdo qué ponía en aquellos papeles. Tan sólo unas pocas palabras. Pero no es el momento. Aún no ha llegado la hora de recordarlas.

Heriss.