El negro plumaje de las pesadillas
Ayer hablé de que sólo había tenido tres pesadillas en mi vida. Creo que muy poca gente puede vanagloriarse de eso. Las dos primeras ocurrieron en mi infancia. La primera que tuve fue cuando aún estaba en la cuna (me acuerdo básicamente porque, por chorrada que parezca, estuve una buena temporada traumatizada por el tema). Resulta que mi padre se divertía asustándome al soplarme en la cara a través de un tubo negro de bucear, al que yo, lógicamente, acabé cogiendo miedo. El caso es que una noche soñé que no me había tapado del todo con las sábanas (esa especie de armadura blindada que protege a los niños por las noches) y ví cómo el tubo salía del cajón de los juguetes y se acercaba a mí amenazadoramente. Al final mi padre tuvo que tirarlo. De la segunda pesadilla sólo recuerdo que se había muerto mi madre.
Y no volví a tener pesadillas hasta este invierno. ¿Por qué? El caso es que mi mente reacciona de un modo curioso ante la perspectiva de una pesadilla. La mayoría de las veces salta un resorte en mi cabeza que me dice "estás soñando", y pasa a ser un sueño lúcido, modificable a voluntad, que transformo en aventura. El resto de las veces, el proceso es automático. ¿Por qué? Tal vez quiera protegerme. Si he de ser sincera, mi infancia no ha sido muy agradable que digamos, y la única parcela de mi existencia en que no recibía ataques era en el sueño. Quizás sea esa la razón.
Pero esta última pesadilla responde a mi más profundo temor, y la cosa que más temo en este mundo es el FUEGO. Y resulta que el incendio más pavoroso de los últimos tiempos en Madrid había sucedido ese fin de semana, a muy poca distancia de mi casa: el Edificio Windsor. Ante aquel bombardeo de miedo irracional no pude resistir.
Y no volví a tener pesadillas hasta este invierno. ¿Por qué? El caso es que mi mente reacciona de un modo curioso ante la perspectiva de una pesadilla. La mayoría de las veces salta un resorte en mi cabeza que me dice "estás soñando", y pasa a ser un sueño lúcido, modificable a voluntad, que transformo en aventura. El resto de las veces, el proceso es automático. ¿Por qué? Tal vez quiera protegerme. Si he de ser sincera, mi infancia no ha sido muy agradable que digamos, y la única parcela de mi existencia en que no recibía ataques era en el sueño. Quizás sea esa la razón.
Pero esta última pesadilla responde a mi más profundo temor, y la cosa que más temo en este mundo es el FUEGO. Y resulta que el incendio más pavoroso de los últimos tiempos en Madrid había sucedido ese fin de semana, a muy poca distancia de mi casa: el Edificio Windsor. Ante aquel bombardeo de miedo irracional no pude resistir.
ARDE LA TIERRA
Era de noche y yo estaba en la cama, durmiendo. De repente, me desperté desasosegada. Una extraña luz rojiza entraba por mi ventana. Desde el salón me llegó el sonido de la radio. El locutor, algo alterado, decía algo así: "... El mayor incendio jamás conocido en Madrid... Más de dos millones de viviendas ardiendo..." Corrí al salón para asomarme a la ventana.
Mi calle es paralela al Paseo de la Castellana, y todas las ventanas están orientadas en esa dirección, de modo que desde cualquier parte de la casa se pueden ver todas las torres, una al lado de la otra, en una larga hilera. Además, la ventana del salón queda justo enfrente de la Torre Picasso, a tan sólo quince o veinte minutos andando.
El caso es que yo me asomé y lo que vi me dejó helada. Todos los edificios a mi alrededor estaban en llamas, así como todas las torres de la Castellana. Pero lo que más me impresionó fue un altísimo muro de humo teñido de rosa por el fuego que ocupaba todo lo largo de la Castellana y tapaba la luz del amanecer. Y dicho muro avanzaba en mi dirección.
Después, una por una, las torres se fueron desmoronando ordenadamente. Cuando caía una, empujaba a la siguiente, como fichas de dominó puestas en hilera. Entonces desperté. Eran como las cinco de la mañana, y aún me quedaba una hora para levantarme para ir a currar... lunes. No pude volver a dormir.
Desde entonces he vuelto a tener problemas de insomnio para conciliar el sueño (me viene desde pequeña, pero últimamente se había aliviado la cosa), y muchas veces me despierto en mitad de la noche, creyendo que huele a humo. Es mi pequeño infierno particular, y también mi paraíso, el sueño, el momento de descanso y liberación, esas pocas horas en las que mi mente vuela, donde soy enteramente libre, y, sin embargo, soy consciente de que en esos momentos estoy tan indefensa...
Heriss